PREGUNTAS GUIA PARA EL PARCIAL DE PSICOLOGIA SOCIAL



PREGUNTAS GUIA PARA EL PARCIAL DE PSICOLOGIA SOCIAL

(Ubicación de la psicología social)
1. argumente el siguiente enunciado: “Nuestra personalidad social es la creación del pensamiento de los demás”
2. Cual es el objeto de estudio de la psicología social?
3. Que dificultades enfrentaría el trabajo social si no se apoyase en los hallazgos de la psicología social?
4. El ser humano nace…o se hace? Argumente.


(historia:)
5. Cual es la diferencia fundamental entre las corrientes Sociológicas y la corriente psicológica en la historia de la psicología social?

(métodos de la psicología social)
6. En que consiste el método de triangulación? Que tipos de triangulación hay?
(tres estilos y tres enfoques en las ciencias humanas)
7. En que consisten el El interés de predicción y control, El interés de ubicación y orientación, y El interés de liberación, y como se reflejan en las formas de hacer psicología?

(socialización)
8. Cómo se puede definir el proceso de socialización?
9. Cuales son los principales Los Mecanismos de Socialización?
10. Que hubieses querido que fuera diferente en tu proceso personal de socialización?

(comunicación no verbal)
11. Cuales son los indicios no verbales de que una persona está mintiendo?
12. Cuales son las características de la Características generales de la comunicación no verbal
13. describa algunos gestos de coquetería.
14. la mujer del dibujo…es aceptada en la comunicación? Cuando se deduce que un tercero no esta siendo aceptado a unirse a la conversación?










(percepción social)
15. Que se entiende por Efecto de halo en la percepción social?
16. En que consiste el error fundamental de atribución?

(cognición social)
17. Que es cognición social?
18. Que son esquemas y prototipos?
19. En que consiste el fenómeno de vigilancia automatica?
20. En que consiste el pensamiento contrafactico?
21. En que consiste el pensamiento magico?

8.4 Jovenes: por qué se suicidan?


Crisis social y humana en Colombia
Jóvenes ¿Por qué se suicidan?
por Libardo Sarmiento Anzola*

Entre 1991 y 2005, los suicidios aumentaron en Colombia 195 por ciento, al pasar de 605 casos anuales a 1.786. En el año 1999 las necropsias por suicidio alcanzaron un máximo crecimiento de 245 por ciento respecto al año base de referencia. En el período analizado el número de habitantes aumentó 28,3 por ciento, lo que significa que los suicidios crecieron nueve veces más rápido que el poblacional (cuadro 1). El crecimiento en el número de suicidios tiende a concentrarse en edades más tempranas, esto es, nuestros jóvenes se están matando ¿por qué?


En los últimos quince años se suicidaron en Colombia 25.000 personas, en su mayoría jóvenes. Es como si se matara en masa toda la población de un municipio intermedio de Colombia.

Esta sociedad no ofrece alternativas a los jóvenes, a pesar de representar una cuarta parte de los 47 millones de personas que habitan en su territorio. El desempleo los golpea con mayor dureza, la educación plena sólo beneficia a uno de cada tres jóvenes, la formación que reciben los niños en sus hogares forma caracteres histéricos y con poca resistencia a la frustración, la publicidad y la cultura de masas les genera expectativas de consumo y modelos de vida inalcanzables que no pueden satisfacer, la sociedad promueve un individualismo competitivo que los aísla, la familia igualmente los presiona hasta que, todo en conjunto, termina por hacerlos estallar.

Al no entender los factores estructurales que lo aliena y las fuerzas económicas que lo excluye termina el potencial suicida por pensar que se trata de un fracaso personal y los profesionales de la salud por dictaminar un simple desajuste emocional o conflicto familiar. No, las causas de esta mortandad de jóvenes hay que buscarla en la organización y funcionamiento de la sociedad colombiana que nos esta enfermando mentalmente a todo.

Un país enfermo mentalmente

En efecto, la salud mental de los colombianos está en crisis. Más de dos mil casos de suicidios en un sólo año, en su mayoría de jóvenes, evidencia la grave situación que vive el país. Cuatro de cada 10 colombianos presentan al menos un trastorno mental en algún momento de su vida. La etapa entre los 14 y 27 años es aquella en que aparecen por primera vez la mayoría de los trastornos, en especial los relacionados con la ansiedad, el abuso del alcohol y otras sustancias psicoactivas, al igual que los trastornos afectivos.

Entre los hombres el abuso de alcohol es un problema más común en tanto que entre las mujeres, la depresión mayor. El trastorno de atención (5 años) y la fobia específica (7 años) son los dos padecimientos más tempranos. La ansiedad de separación de la infancia (8 años) seguida por el trastorno de conducta y el trastorno oposicionista desafiante (10 años para ambos) aparecen después. Para los trastornos de la vida adulta, los trastornos de ansiedad se reportaron con edades de inicio más tempranas, seguidos por los trastornos afectivos y por los trastornos por uso de sustancias.

Entre los hombres el abuso y la adicción al alcohol es el principal problema, íntimamente ligado a la violencia intrafamiliar y social. Las mujeres presentan una mayor tendencia a la depresión. En ambos sexos el intento de suicidio, alguna vez en la vida, es del 4,9 por ciento, una problemática preocupante que se presenta en edades cada vez más tempranas.

La prevalencia de vida de intento de suicidio para la población colombiana estudiada fue de 4.9 por ciento y en los 12 últimos meses, 1.3 por ciento. La prevalencia de vida para ideación suicida fue del 12,3 por ciento, y las de plan e intento del 4,1 y 4.9 por ciento respectivamente. Llama la atención que la prevalencia de vida en los tres indicadores es un poco mayor en mujeres. Cuando se analiza en el último año, la prevalencia es mayor en hombres para los tres indicadores. Al discriminar por los grupos de edad, se evidenció que las mayores prevalencias de vida, tanto de ideación como de plan e intento suicida, se encuentran en el grupo de 30-44 años y durante el último año la prevalencia de estas variables es mayor en personas más jóvenes (18 a 29 años).

Sólo uno de cada 10 sujetos con un trastorno mental recibió atención dentro del sistema de salud. Los datos apoyan la necesidad de incrementar los esfuerzos orientados a hacer más disponibles los servicios y de acercar a la población a ellos. Al respecto, se recomienda considerar los trastornos mentales como enfermedades crónicas con derecho a tratamiento, mejorar los servicios de prevención y tratamiento en salud mental. Actualmente la normativa del sistema de salud colombiana es excluyente en la atención a la salud mental, no sólo por la dificultad en el acceso sino porque además restringe la consulta y tratamiento a menos de un mes cada año. Un contrasentido mayor, es el monopolio que tiene el Estado sobre la producción y venta de alcohol y el estimulo que a través de la publicidad realiza para aumentar su consumo, particularmente dirigida a la población joven.

De acuerdo con la evaluación, realizada por el Banco Mundial en 2001, se concluye que Colombia no cuenta con una red de protección social efectiva capaz de enfrentar las consecuencias sociales de las crisis [1].

La grave situación de los suicidios en Colombia hay que comprenderla en relación con en el contexto social, político, económico y cultural que induce las patologías colectivas e individuales.

Una sociedad que induce al suicidio


La finalizar la década de 1990 la mayoría de los indicadores sociales y económicos presentaban un grave deterioro. En efecto, estos indicadores reflejaban el rápido crecimiento de la violencia, la recesión económica más aguda durante el siglo XX, el aumento en la población viviendo bajo condiciones de pobreza y un desempleo galopante. La pregunta a la cual debemos buscar respuesta es ¿cuál es la relación entre el elevado crecimiento de los suicidios y el deterioro del contexto social, económico y político colombiano? A primera vista, el incremento de la tasa de suicidios se encuentra correlacionado con la evolución en las tasas de pobreza, desempleo y violencia. Más aun, cuando estas dos últimas tasas ceden en los últimos años, las cifras absolutas y relativas de suicidios presentan una tendencia descendente (ver gráfico).

Con el fin de explorar la relación entre los suicidios (variable dependiente) y los fenómenos sociopolíticos de pobreza, violencia y desempleo (variables independientes) se realizó un análisis estadístico [2] encontrándose dos situaciones diferentes: i) entre los años 1991 y 1995, la capacidad predictiva del modelo es media, esto es, el cambio estructural que registró la tasa de suicidios (incremento de 141 por ciento) se explica sólo en parte por estas variables sociopolíticas, por tanto, el análisis debe orientarse también hacia otras dimensiones de la cultura, las relaciones personales, las condiciones de vida en las familias y la cotidianidad; ii) entre 1996 y 2005, los cambios en las variables sociopolíticas predicen por encima de 80 por ciento los cambios en la tasa de suicidios, cuando esta última variable tiende a estabilizarse en un nivel bastante alto en relación con el principio de la década de 1990.

Para profundizar esta exploración se miró la relación estadística entre cada par de variables estudiadas [3], encontrándose una asociación alta y positiva entre la tasa de desempleo y la tasa de suicidios (0,71); al contrario, la correlación con la tasa de homicidios es baja (-0,48) y con la pobreza insignificante (-0,19).

Los jóvenes sin empleo y sin futuro

Durante las últimas tres décadas, el sistema mundo capitalista en su fase global y financiera, expulsa de la explotación a la exclusión a la mitad de la población del mundo. Por ello, para mantener el poder recurre al terrorismo de Estado, al crimen, las mafias y los regímenes totalitarios. De la explotación a la exclusión, de ésta a la eliminación e incluso a desastrosas explotaciones.

El desempleo en el mundo alcanza en la actualidad su nivel más elevado desde la depresión de los años 30 del siglo anterior. La completa sustitución de los trabajadores por máquinas está polarizando la población rápidamente en dos frentes irreconciliables y potencialmente contrarios: las élites que controlan las tecnologías y las fuerzas de producción en contra del creciente grupo de trabajadores despedidos, con pocas esperanzas y menores perspectivas de encontrar trabajos en la economía global basadas en las altas tecnologías.

La principal contradicción y causante de este horror es un sistema mundo capitalista basado en la propiedad privada de los medios de producción concentrada en firmas transnacionales, el individualismo egoísta, los mercados como organizadores de la vida social, la promoción compulsiva de un consumo deshumanizante y la exclusión y empobrecimiento generalizados. La fractura social es más estridente y con ella la violencia y los sistemas neofascistas para controlar a los excluidos. A las instituciones internacionales y los gobiernos nacionales no les interesa en absoluto la eliminación de la pobreza sino la supresión de la rebeldía de los pobres. La pobreza es programada conscientemente por el sistema contra la unificación e insurrección de los trabajadores. Así matan dos pájaros con un solo tiro: una pobreza y exclusión generalizada bloquea la organización unitaria del obrero social y, su pública exposición extorsiona a los trabajadores para aceptar resignadamente salarios de hambre y empleos precarios, inestables y de sobreexplotación.

Colombia, como país periférico del sistema mundo capitalista, no es la excepción de esta tendencia. A lo largo de la década de 1990, su tasa de desempleo abierto aumentó de manera continua, producto de la recesión económica y las políticas de deslaboralización y flexiblización del trabajo, hasta afectar a más del 20 por ciento de la fuerza laboral. En el año 2005 la tasa de desempleo bajó de 13,2 por ciento que se encontraba en enero a 10 por ciento a finales de año. Esta disminución se explica por la intensificación de la explotación de la fuerza laboral y porque muchos colombianos han dejado de buscar trabajo desanimados por la falta de oportunidades. El subempleo (por competencias, ingresos y tiempos de labor) aumentó de 28 por ciento a 33 por ciento a lo largo del año 2005. El deterioro en la calidad del empleo se observa igualmente en el problema estructural de la informalidad cuya tasa se mantiene en el 58,8 por ciento. En marzo de 2006 el desempleo a nivel nacional volvió a incrementarse a 13,1 por ciento y en las trece principales ciudades alcanzó el 15,1 por ciento.

Tradicionalmente la precariedad del empleo juvenil es más alta que el promedio nacional, siendo el más representativo el ubicado en el rango de edad de 18 a 22 años, segmento donde los jóvenes han abandonado el sistema educativo. Según la Encuesta Nacional de Hogares del DANE, en los jóvenes de 14 a 17 años el desempleo es de 22 por ciento, el subempleo 33 por ciento y la informalidad 88 por ciento. En el rango de 18 a 22 años, el desempleo es de 30 por ciento, el subempleo 38,4 por ciento y la informalidad 63% por ciento.

Crisis económica, suicidios y logoterapia

De acuerdo con el trabajo clínico de Viktor Frankl, hay una clara implicación y consecuencia en los problemas sociales y económicos sobre la psique [4]. La razón psicológica puede atribuirse, según Frankl, al sentimiento de impotencia que embarga a los desocupados al tener que afrontar las necesidades económicas y asumir la frustración generada por un sistema que promueve el consumo deshumanizado como valor fundamental de la existencia. Amargados y enojados, los desocupados pasan la mayor parte del día en casa, tienen suficientes motivos para estar de mal humor y encuentran tiempo suficiente para hacer pesar ese mal humor sobre quien está junto a ellos. En tales familias domina, en consecuencia, una atmósfera continua de nerviosismo, inquietud y violencia, con grave peligro para la salud psíquica de los jóvenes. Un agravante mayor es la angustia que se agrega porque estos jóvenes tampoco encuentran trabajo para contribuir al sostenimiento de la familia. Un fenómeno particular de esta situación es la neurosis de desocupación, cuya característica principal es con frecuencia una apatía general de grado muy elevado.

No obstante, concluye el analista existencial de Viena, a la tipología de jóvenes definidos como apáticos, depresivos o neuróticos, les falta no tanto el trabajo en sí, la actividad en cuanto tal, como el sentimiento de hacer algo, la conciencia de vivir de manera significativa. El joven pide pan y trabajo al menos tanto como algo por lo cual vivir, una meta, un fin, un sentido para su existencia.

Frankl es optimista con las nuevas generaciones. Esta nace de una nueva realidad y anhela una nueva ética, o sea, realizar valores. Nada puede volver a una persona capaz de soportar dificultades subjetivas y objetivas más que el sentimiento de tener una tarea, una misión que llevar a término.

El trabajo retributivo no representa la única posibilidad de dar sentido a la vida. Esta identificación errada con la profesión es la que da origen al estado de apatía psíquica. Para los problemas asociados con la desocupación es necesario encontrar un contenido de vida; adecuarlo y buscarlo constituye la tarea concreta más inmediata.

En resumen, vivimos en una sociedad que produce marginación y exclusión, pobres que no le sirven al sistema para su reproducción. Dicha marginación y exclusión es caldo de cultivo para el suicida ¿qué podemos hacer por ellos?, ¿qué pueden hacer ellos por sí mismos? También hay que considerar que el suicida se encuentra solo entre 7.000 millones de personas en el mundo. Hay que acogerlo por tanto, es uno a quien hay que amar. Es alguien a quien hay que motivar a que asuma la vida sin ambages, es decir, consciente de lo dura y difícil que es. Para adolescentes y jóvenes el suicidio se haya asociado a “ausencia de futuro”, en general a la inexistencia de un proyecto de vida y a la falta de reconocimiento de un espacio dentro de la sociedad.

Un contexto lleno de valor y sentido es el presupuesto básico para la realización de cualquier proyecto de vida. Los seres humanos como portadores, creadores, descubridores y realizadores de valores producto de la dinámica evolutiva y dialéctica sistémica existencia-conciencia-praxis, logran que éstos puedan convertirse en fuerzas en movimiento, esto es, fuerza transformadora directa. Por tanto, es necesario profundizar el compromiso del sujeto con la dimensión cultural, social y política del ser-en-el-mundo.

Es imperativo, entonces, transformar el régimen político y las actuales relaciones sociales de propiedad y producción para dar paso a una sociedad más solidaria, justa y orientada hacia el bien común y la recuperación de la esencia humana. Es imposible encontrar una salida a la crisis que enfrentan actualmente nuestros jóvenes desde y dentro del sistema mundo capitalista. Socialismo o barbarie sigue siendo la elección crucial en los tiempos que padecemos.

* Este artículo esta basado en un trabajo de investigación más amplio elaborado por el autor para la revista Sentido y Existencia del Instituto Colombiano de Logoterapía Víktor Frank. ** Economista, master en teoría económica. Filósofo, diplomado en análisis existencial. Miembro del equipo de redacción de Le Monde Diplomatique edición Colombia; Socio del Instituto Colombiano de Logoterapia Víktor E. Frank. Investigador y escritor independiente.

Libardo Sarmiento Anzola
Economista, filósofo y master en teoría económica,

Logoterapeuta.

8.3 Aspectos psicosociales del desplazamiento

Tomado de: Proyecto Atención Psicosocial Con Población Desplazada En Los Municipios de Buga, San Pedro Y Sevilla. Jaime López. Medico Epidemiólogo

DEFINICIONES:

Se entiende por desplazados, personas o grupos de personas que se ven obligados a abandonar sus viviendas, su trabajo, etc. a causa de amenazas y/o ataques contra su vida y la de su familia, dentro del marco del conflicto armado.

El riesgo psicosocial es la pérdida de la capacidad, en forma individual y/o colectiva, para lograr bienestar psicológico y social, lo que implica bloqueo o deterioro en el desarrollo personal, familiar y comunitario. Se observa bloqueo en las reacciones espontáneas, en las relaciones interpersonales y limitación en las actitudes de afianzamiento, afirmación y apropiación de una propuesta de vida, que incapacita para la generación y participación de procesos de desarrollo.

La prevención se refiere a la adopción de mecanismos orientados a evitar y controlar el impacto y las consecuencias producidas por la violencia, en el ámbito psicológico, familiar y comunitario. Comprende acciones educativas y de fomento de la capacidad para desarrollar conductas que lleven al mejoramiento de la calidad de vida, la identificación, registro y control de los factores de riesgo, el diagnóstico del perfil psicosocial e intervención psicosocial adecuada a la realidad de la población.

Salud mental es el estado de bienestar integral, que se manifiesta en la capacidad de adaptación, en cuanto a la elaboración y manejo de los eventos traumáticos, permitiéndole al individuo lograr su recuperación emocional, la búsqueda de alternativas de mejoramiento de su calidad de vida y de desarrollo.

La rehabilitación psicosocial se refiere a un proceso integral y permanente con el fin de proporcionar las herramientas a los individuos, la familia y la comunidad para restablecer su capacidad de desarrollo, en el ámbito psicológico, funcional y social, de tal manera que puedan retomar su proyecto de vida.

Riesgo Psicosocial:

El riesgo psicosocial se presenta en diversos aspectos básicos, que se pueden agrupar en:

a) Psicológicos: Exposición a actos violentos tales como amenazas, torturas, desapariciones, el desplazamiento en sí, el desarraigo, las múltiples pérdidas tanto materiales como afectivas.

b) Familiares: Desintegración familiar, con un padre o madre como cabeza de hogar, familias numerosas, disfuncionalidad en la relación de sus miembros.

c) Socioeconómicos: Carencia de fuentes de empleo y de generación de ingresos, bajos niveles de educación y formación, alta concentración demanda de servicios (educativos, de salud, ayuda humanitaria, vivienda, recreación) en contraposición con la baja capacidad de respuesta estatal.

Las personas desplazadas se encuentran en situación de desventaja psicológica por cuanto previamente se lesionó su equilibrio psíquico; lesión cuya intensidad varia de acuerdo a las características de su personalidad, a las características del acto violento y a las características que han rodeado su vida y los hechos posteriores al hecho.

Se requiere una la atención integral, pronta y efectiva a las personas desplazadas y la participación de las mismas en los procesos que tienen incidencia en sus vidas y expectativas.

Los grupos de población más afectados en los procesos de destierro forzado, son los menores de 18 años, que en el consolidado a diciembre de 2000 abarcaban el 52.8% del total de la población contenida en la muestra del "Sistema de Información sobre Población Desplazada por la Violencia - RUT".

En segundo lugar aparece el grupo de adultos entre 18 y 45 años (35.2%) y en una menor proporción las personas mayores de 46 años (7.9%) y quienes superan los 65 años con menos del 2.7% del total de personas desplazadas.

El 56.3% de las personas desplazadas no saben explicar el cuadro de sus enfermedades; la hipótesis es que estas personas no asimilan sus síntomas a determinadas enfermedades; algunas de ellas probablemente pueden estar incluidas en las denominadas psicosomáticas.

Riesgo psicosocial en niños:

En situaciones de desplazamiento es inevitable que la población infantil se convierta en la más sensible a los factores de riesgo psicosociales inherentes a la violencia, los efectos de estas violencias, suelen perdurar a lo largo de su existencia, particularmente si no se brinda atención terapéutica.

En general se ha observado que el desplazamiento impacta en forma discriminada a los niños, de acuerdo al tipo de desplazamiento al que ha sido expuesto, a la estructura familiar que lo soporta y su situación socioeconómica, a la estructura psicológica que ha alcanzado y especialmente al momento evolutivo en el que se encuentre el niño.

Pueden expresar sentimientos de miedo, terror, impotencia, dolor, angustia por lo perdido, ansiedad, depresión, incapacidad de establecer vínculos afectivos profundos y duraderos con otras personas, perdida de la socialización, conflicto en sus relaciones interpersonales, deprivación psicoafectiva, problemas de aprendizaje, sometimiento a maltrato infantil.

Riesgo psicosocial en adolescentes:

Al igual que los niños, los adolescentes son una población altamente vulnerable en el contexto del conflicto armado y el desplazamiento, debido a sus características evolutivas.

Al estar inmerso en un contexto de desplazamiento, los referentes familiares y sociales cambian frecuentemente de acuerdo a la evolución del conflicto. La inestabilidad que le rodea afecta significativamente su proceso, sus búsquedas internas y por tanto su maduración.

La mayoría de los adolescentes desplazados pierden la oportunidad de asistir a las escuelas y de acceder a los sistemas educativos. Esto sumado a un contexto social complejo y cambiante, se convierte en un factor de riesgo para su desarrollo.

Los adolescentes en situaciones de alto riesgo, presentan reacciones que corresponden a la búsqueda de una identificación y al desarrollo de la personalidad.

Presentan inadaptación a la escuela, al trabajo, a la vida social y familiar, rebeldía, inconformidad, rabia, tendencia al consumo de sustancias psicoactivas, pertenencia a pandillas o grupos armados de diferente tipo. Dificultades relacionadas con la sexualidad y establecimiento de relaciones de pareja, incremento de las probabilidades de embarazos no deseados y abortos, promiscuidad, prostitución y enfermedades de transmisión sexuales.

Riesgo psicosocial en la familia:

La familia se constituye en el principal medio para fortalecer la identidad personal, desarrollar sentimientos de confianza y seguridad; permite ampliar, mejorar y construir la realidad.

Presentan conflicto de intereses, alto nivel de estrés, dificultades de comunicación, mantienen duelos no resueltos.

Reacciones colectivas:

Las personas desplazadas suelen padecer trastornos adaptativos y síndrome de estrés postraumático, presentan desconfianza y temor crónico. Los principales síndromes se manifiestan de la siguiente manera:

Depresión

Es el trastorno mental más frecuente en la población desplazada, que puede estar relacionada, entre otras cosas con la pérdida de familiares o seres queridos, las dificultades económicas o laborales. Este tipo de síndromes puede llevar al suicidio. Los síntomas más comunes son:

- Tristeza y desgano.

- Disminución del interés e incapacidad para disfrutar de las cosas.

- Falta de energía.

- Dificultad para dormir.

- Pérdida del apetito.

- Disminución del interés sexual.

- Sentimiento de culpa.

- Dificultad para concentrarse.

- Sentir que vale poco.

- Ideas de muerte.

- Cansancio o decaimiento físico.

Angustia o Ansiedad

Esta es otra manifestación muy frecuente en la vida diaria de la población que atraviesa un proceso de desplazamiento. La depresión se presenta de manera conjunta con la ansiedad. Sus manifestaciones más frecuentes son:

- Nerviosismo.

- Preocupaciones o dificultad para la concentración.

- Intranquilidad.

- Temblor en las manos.

- Dolor de cabeza, mareos, sudoración, etc.

- Dificultades en el sueño.

- Pérdida del apetito.

- Palpitaciones y pulso rápido.

- Molestias digestivas.

- Falta de aire y respiración rápida.

Psicosis.

Este es uno de los trastornos más graves, y menos común en la población; corresponde a las siguientes manifestaciones:

- Alucinaciones (sentir, ver u oír cosas que no existen)

- Delirios (creencias o ideas que son totalmente falsas o absurdas)

- Conducta o comportamiento extraño, extravagante y que no corresponde a

la realidad.

- Se enoja con facilidad, habla solo, se encierra en la casa, no quiere ver a

nadie, dice cosas sin sentido, descuida su aspecto personal e higiene, no

quiere comer, no come, no duerme y a veces camina demasiado sin un

destino fijo.

Miedo

Las personas con gran miedo o susto pueden manifestar:

- Nerviosismo.

- Dificultades para dormir.

- Tristeza y enojo.

- Sueños y recuerdos desagradables.

- Negación de los hechos traumáticos.

Los hombres y las mujeres que sufren de ataques de miedo, padecen de nerviosismo cuando piensan o ven algo que les recuerda los eventos violentos causa de su desplazamiento. Los niños, también expresan el miedo al despertarse llorando, con dolor de cabeza, orinándose en la cama, manifestando temor a la soledad, especial apego a la madre, etc. no quiere despegarse de la mama ni estar solo. En ocasiones se vuelve agresivo o temeroso de las personas

El duelo y las perdidas

Es un proceso que se conoce ligado a la muerte, asociado a pérdidas emocionales, tales como: Separación de la pareja, separación de los padres, pérdida del trabajo, pérdida de la vivienda. Se manifiesta así:

- Tristeza y dolor.

- Nerviosismo.

- Sentirse enfermo y quejarse.

- Pensar repetidamente en la persona enferma.

- Pesadillas y sueño irregular.

- Anorexia.

- Resentimiento, cólera, sentimiento de impotencia.

Bibliografía:

Proyecto Atencion Psicosocial Con Poblacion Desplazada En Los Municipios

De Buga, San Pedro Y Sevilla. Jaime López. Medico Epidemiólogo

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ver videos sobre Desplazamiento forzado en colombia

1 de 3: http://www.youtube.com/watch?v=rxYshSIlQew

2 de 3: http://www.youtube.com/watch?v=gCvDPGUeYls

3 de 3: http://www.youtube.com/watch?v=p1_epHBYQ8k&mode=related&search=


8.2 Violencia en Adolescentes


Violencia en adolescentes

Irene Maggi, Silvia Flechner

La violencia puede ser definida como un abuso de fuerza, aunque no toda fuerza sea, necesariamente, violencia. El ser humano ha hecho uso de la fuerza física para sobrevivir por lo que cabe preguntarnos ¿dónde termina la legítima defensa, para dar comienzo a la agresión gratuita? ¿Cual es el límite? ¿La muerte?

Apuntando a lo que hace a las diferencias entre los humanos, sean éstas de piel, de lengua, de religión, de creencias, podríamos cuestionarnos si éstas no terminarían siendo tal vez amenazadoras. El territorio humano está básicamente enmarcado por límites que a veces resultan invisibles a nuestros ojos. Planteándose entonces una situación paradojal: lo invisible y su contracara, un mundo de imágenes en el que estamos profundamente inmersos. El mundo de las ideas es invisible, intocable, nosotros confirmamos su existencia, entre otras cosas, a partir de convicciones compartidas. El adolescente, el que hoy aquí nos convoca, puede hacernos sentir amenazados, atacados en nuestras creencias, si nos apoyamos en la idea de que el mundo del adolescente es otro mundo, especialmente en lo que a violencia y adolescencia se refiere.

Violencia, cultura

El término violencia es una traducción del vocablo latino violentia, derivado de la raíz violo, que quiere decir "atentar", "violar". Su sentido primero alude a una fuerza vital presente en el origen de la vida. En otros términos, violencia incumbe a la lucha por sobrevivir. De allí su conexión primordial con la cultura como algo referido también a cultivar, construir, habitar, morar. Para construir una morada el hombre tiene que violar la materia que se opone a esa forma o atentar contra el otro que impide su acción formadora.

La primera relación, pues, entre violencia y cultura está en el orden de la sobrevivencia frente a las fuerzas naturales. El hombre, fuerza nacida de la naturaleza, se opone a ella para subsistir. Tiene que matar para vivir, o sea, que la somete ejerciendo un control cada vez mayor sobre sus energías naturales. Llamamos técnica a esta voluntad de poder sobre la naturaleza hasta apresarla en sus leyes naturales.

El sentido más próximo de la palabra cultura se refiere a la construcción de un orden legal o de una norma de convivencia. En esta segunda acepción del término, su relación con ]a violencia es más íntima y más intensa. Se trata de la violencia como un atentado contra su propia instintividad presente en la relación de sujeción a la ley vinculante al comportamiento de los humanos entre sí. Para Freud éste es el elemento decisivo de lo cultural.

Ubicados en los años noventa hemos de reconocer las grandes mutaciones culturales a las que asistimos. La adolescencia aparece entonces como uno de los caracteres creativos de nuestra sociedad, provocadora de movimientos y cambios que incluyen tanto a la imagen como a la palabra deviniendo en transformaciones socioculturales. Es entonces esperable que dicha efervescencia revolucionaria extremadamente cambiante y en movimiento, suscite inesperados fenómenos de los cuales hemos sido alguna vez protagonistas y muchas veces observadores.

Desde nuestro lugar de adultos la violencia parece cobrar un sentido, ¿es acaso el mismo sentido que le da el adolescente? Es probable que no sean visiones compartibles, creando una cierta discordancia, pasible de provocar confusión y conflicto.

Nuestra experiencia surge de la clínica psicoanalítica conceptualizada desde lo dialógico, la violencia se muestra como inefable remitiéndonos a aquello que llamamos "acto", no siendo ajenos a las diferentes concepciones de los juristas que acercan ìacto y hechoî.

Hemos de precisar que a diferencia del sociólogo, el jurista o el médico, nos centramos como psicoanalistas en el estatuto de lo imaginario; sin embargo no dejamos de tener en cuenta una verdadera transdisciplinariedad científica, la cual reposa en un diálogo y en una confrontación de trabajo que no es una yuxtaposición o una simple transposición de lenguajes diferentes.

No podemos dejar de nombrar al famoso jurista español Jiménez de Azúa que en 1935 publicó ìPsicoanálisis Criminalî quien ha dicho que "Sigmund Freud ha penetrado mejor que nadie en ese recinto hermético y misterioso del inconciente". Freud en su carta de respuesta a Einstein (Viena, setiembre, 1932) destaca su teoría sobre el dualismo pulsional, pulsión sexual o Eros y pulsión de agresión o destrucción, de muerte... agrega que la solución a conflictos a través de la violencia no es posible evitarla ni siquiera dentro de la comunidad.

Adolescentes violentos

En nuestro medio psicoanalítico, la violencia en la adolescencia ha sido un tema al cual se le ha prestado especial atención, (Viñar, 1985, 1992) han sido grupos con objetivos de investigar y teorizar en áreas restringidas al psicoanálisis pero también más abarcativas como en lo que concierne a la repercusión política en lo institucional, lo nacional y lo internacional. Como, por ejemplo, los trabajos presentados por la comisión de investigación psicoanalítica sobre las consecuencias de la represión política en Argentina (Comunicación preliminar, Rev. de Psicoanálisis A.P.A. 1985 T. XLII)

Cuando hablamos de violencia en la adolescencia hacemos referencia al cuerpo del adolescente, sexualmente maduro, como uno de sus ejes preponderantes. Este cuerpo, sin embargo, puede alternar vivencias de unidad y de fragmentación que acompaña a un funcionamiento psíquico donde por momentos haría aparición un ìvacío de pensarî, (Maggi, 1992) es entonces donde el acto cobra una dimensión privilegiada

Miguel, 19 años, se encuentra en estos momentos recluido en una celda de alta contención del Hospital Vilardebó; en múltiples oportunidades se ha fugado de las instituciones en las que estuvo internado. Se lo acusa de homicidio no probado de un vecino de la zona cometido a los 11 años. En la entrevista, a Miguel se lo ve con múltiples heridas en su cuerpo que son automutilaciones, destacándose en el relato un ambiente familiar donde la violación era parte del diario vivir. El relato de sus vivencias gira permanentemente en torno al suicidio de su hermano, ahorcado, cual él se sentía totalmente aferrado; su destino es para él seguir el camino de éste.

Ana Laura, en sus sesiones de análisis, habla de su imposibilidad de potar, que queda registrada en la escucha analítica, como una situación destacada por esta paciente anoréxica. En la entrevista familiar la madre aparece como la portadora de la palabra familiar, describiendo la forma en que ellos vivencian la manera de comer de la adolescente: "destripa lo que se le presenta en el plato, es una destripadora". En ella, el destino parece preestablecido: ìAna Laura se va a morirî

La primera novela de Bret Easton Ellis produjo un inesperado reconocimiento a una generación, fue escrita a sus 20 años y publicada en los 90. "Menos que cero" cuenta la historia de un joven estudiante que vuelve a su casa en Los Angeles para pasar sus vacaciones, reencuentra a sus amigos, punkies, hijos de magnates de Hollywood, fiestas interminables, cada adolescente con su dealer, líneas de coca y un submundo de pornografía y prostitución masculina. Llama la atención el estilo glacial con que Ellis registra de forma impasible la vertiginosa espiral por la que se desliza este grupo de adolescentes.

A fines de los ochenta aparece en varias zonas de América Latina un grupo particular de jóvenes con un rango de edades entre los 13 y los 18 años, pertenecientes en su mayoría a regiones pobres, sin ocupación y con un nivel deficiente de estudios y en general con una historia familiar bastante desalentadora a los cuales se les ha denominado sicarios. El sicario en general no tiene razones para agredir a su víctima, solo esta brindando un servicio "profesional" que es el asesinato por encargo. En la mayoría de los casos, cuando realiza lo que él llama sus ìtrabajos" actúa bajo los efectos de una droga psicoactiva y por ello se comporta como suicida.

Este grupo empieza a desarrollarse con un escepticismo total ante la vida, debido a la carencia de futuro que ven en ella, se crea una concepción inmediatista y poca valoración del ser humano. Esto no solamente con respecto a la persona hacia la que atentan, sino que hacia sí mismos se evidencia la ausencia de temor a morir jóvenes. El sicario que comienza por participar en las pandillas de los barrios y termina realizando muertes por encargo, se somete con sus acciones a ser él mismo la víctima, ya que para él adquiere mayor importancia un trabajo bien remunerado que su propia vida. Esto es coherente con su filosofía de vida, vivir poco pero bien y dejar algo a alguien que generalmente es la madre, a quien denominan ìla cuchaî. El adolescente sicario forma su propio código de vida, en el que sus acciones se ven justificadas por los parámetros individuales de conducta y los de su grupo de referencia; actúan en contra de todo lo que representa una norma, comenzando por la de la figura paterna. En el desarrollo de la infancia ninguno de los adolescentes reporta eventos significativos o que recuerden de una manera especial, el entorno los obliga a salir demasiado rápido de la infancia, entrando prematuramente en la adolescencia frente a la cual no se encuentran preparados, desarticulándose entonces procesos como la adquisición de una identidad sexual, proceso de independencia, diferenciación en relación a sus padres y a sus pares.

Entre la sangre -significante de la violencia real- y la palabra significante de la violencia simbólica, se anuda la violencia imaginaria que está en el colectivo de la comunidad y el individuo.

Violencia fundamental

La teoría freudiana de las pulsiones se mantuvo muy claramente centrada en la noción de libido, esta teoría en sus enunciados sucesivos buscó dar prueba de coherencia en la elección de las parejas pulsionales antagonistas. Parecería interesante sin embargo poder proponer la existencia de otras estructuras más primitivas en el sentido por ejemplo de las preestructuras de Bion o las preconcepciones de Grinberg, ampliando de esta forma más aún nuestra comprensión de los orígenes del funcionamiento psíquico. (Bio habla de preconcepciones expectativas no saturadas que tienen un carácter innato y que pueden desarrollarse en lo sucesivo de diversas maneras.)

Piera Aulagnier (1975) plantea el concepto de violencia llamando violencia primaria al discurso materno y anticipatorio que como acción necesaria, enunciante y mediador privilegiado de un "discurso ambiental" opera como organizador psíquico propio del infans. Al proponerse un modelo de aparato psíquico agrega: "la psique y el mundo se encuentran y nacen uno con otro, uno a través del otro, son el resultado de un estado de encuentro al que hemos calificado como coextenso con el estado del existente". Si para el infans la palabra materna se presenta como portadora y creadora de sentido que se anticipa a la capacidad de reconocer su significación, nos preguntamos entonces por la sociedad, por el sistema cultural, ¿qué función ejercerán?

Si bien la violencia primaria sería una acción necesaria, la "violencia secundaria" se ejerce contra el Yo "cuya única meta es oponerse a todo cambio en los modelos por él instituidos" La violencia primaria surgiría entonces de una dependencia absoluta entre la necesidad del sujeto y otro sujeto que le trasmite las "conminaciones, las prohibiciones y mediante el cual le indica los límites de lo posible y de lo lícitoî.

Winnicott (1969) al introducir el tema de la libertad, deja planteado "el tipo de ambiente que torna inútil la creatividad de un individuo o la destruye, induciendo en él un estado de desesperanza. En tal caso la libertad, aparece como carencia allí donde deja el lugar a ]a crueldad, con todo lo que ésta implica de constricción física o de aniquilación de la existencia personal de un individuo..."

Sería una ilusión el desprendernos de éste nuestro tiempo, de la sociedad y los acontecimientos que nos pertenecen y que a la vez nos remiten al reconocimiento de nuestros límites. En el adolescente estos elementos constituyen un factor de riesgo. En él la violencia y el conflicto social quedarían anudados en el actuar.

Actuar observable en la violencia física, ubicada como estigma en el cuerpo, que deja a su vez, huellas imperecederas en el psiquismo adolescente. Tal como veíamos en los ejemplos anteriormente citados: Miguel y sus automutilaciones, Ana Laura y el destripamiento, Ellis: ser "menos que cero", los adolescentes sicarios.

¿Serán acaso las mutaciones sociales que, a través de sus múltiples formas de expresión escenifican la violencia a la cual el adolescente queda penetrado, abrumado, invadido y repleto llegando a confundirse o fundirse con el objeto?

Bergeret(1995) plantea la violencia fundamental, presente en todo humano que se limita a una actitud defensiva en relación a otro, sin connotación de sadismo ni coloración libidinal. Se limita a una actitud defensiva, concebida por el sujeto como puramente preservadora del narcisismo primario, siendo entonces una morada puramente narcisista. Brutalidad natural y esencial preservadora de la vida, es aquella que en un primer tiempo se distingue de la agresividad. La agresividad, resultaría de una combinación de los dinamismos violentos y los eróticos. La violencia permanece fijada a una problemática identificatoria primaria y narcisista en un tiempo donde el objeto no parece todavía tener su propio estatuto. La agesividad, entraría dentro de una problemática edípica, ella apunta a un objeto donde el sentido simbólico de la representación se ve sexualmente definido. La agresividad apunta a destruir al objeto, representante simbólico, sexual y triangulado, esto se vuelve inseparable del placer propio procurado al sujeto por la descarga agresiva.

La violencia no comporta en sí misma ninguna ambivalencia, ella está regida por el principio del "todo o nada", no existe lugar para el sujeto y objeto a la vez. La agresividad, en cambio, está ligada a la unión y desunión de tendencias tiernas y hostiles; ligada a la ambivalencia y a las capacidades momentáneas de integración de esa ambivalencia. La agresividad puede también representarse como el resultado de una carencia de integración de la violencia por la corriente libidinal. La dinámica ligada a la violencia viene a integrarse a la corriente libidinal que se objetaliza secundariamente y pone su energía propia al servicio de las tendencias sexuales, las cuales van a dar un sentido nuevo a la dinámica violenta originaria. Si la articulación entre el nivel violento y el nivel sexual no puede realizarse de manera diacrónica, se establecerán situaciones disarmónicas que serán la fuente de posibles psicopatologías.

Frente al fatalismo

Pensamos la adolescencia como una estructuración en movimiento, en la cual el crecimiento replantea, a modo de un palimpsesto, la existencia de una doble trama o escritura, la primera de las cuales, la más antigua, remite al narcisismo, en tanto que la otra estaría referida a las relaciones objetales. (Maggi, 1987)

Contamos entonces con un aparato psíquico en permanente desequilibrio, donde cada instante puede mudarse en un cambio, la búsqueda de un lugar, la demarcación de un territorio propio que lo hace extranjero entre los adultos a los cuales en algún momento deberá integrarse. Es el cuerpo sexualmente maduro que desconoce, y por lo tanto rechaza, uno de los elementos centrales que deberemos tener en cuenta en cuanto al acto y el actuar en la adolescencia. Es el desierto contextual así como la endeblez de su Yo que está pronto a escapar de aquellas vivencias que por momentos resultan tan desorganizadoras. Momento de asunción de una identificación sexual determinada así como también de un aseguramiento de autonomía en relación a los padres.

La experiencia de la clínica nos ha hecho cuestionar acerca de cuál es el límite. Los cambios psíquicos y corporales se anudan a la dificultad de matabolizarlos, la fuerza pulsional muestra el carácter irruptivo de situaciones que van desde las vivencias de vacío, desconcierto, confusión hasta llegar al acto. Es el acto suicida u homicida que nos plantea una forma de expresión extrema de la violencia.

El adolescente apela a la sociedad evitando a la familia, intentando hacer su tránsito hacia la independencia.. ¿Qué se le ofrece al adolescente en este momento crucial de su vida? Parecería condenado a una sociedad que se muestra indiferente frente a su necesidad de confrontación quedando en cambio contaminado, indiscriminado imposibilitado de demarcar sus propios límites.

Mostrando a la sociedad un modelo de represión rígido y carcelario o su opuesto ilimitado donde todo vale. Se lo dirige hacia una lenta privación de sus necesidades esenciales como una herida infligida bajo la mirada de otros, la sociedad. En ese caso la historia se estigmatiza y el viaje se vuelve una vida "sin historia". Perdidas las coordenadas témporo-espaciales lo fugaz y momentáneo cobra preeminencia, así como lo hace el vértigo de la imagen que termina haciendo visible lo disperso. Convergiendo hacia los objetos, confundiéndose con ellos o con sus actos en un juego tan próximo que culminaría en una excesiva posesión, anulándose en consecuencia el espacio.

La juventud aparece enfrentada entonces a una paradoja existencial, la sociedad convertiría a la adolescencia en uno de sus ideales, la imagen de la eterna juventud, las diferencias generacionales tienden a anularse mientras que por otro lado se lo marginaliza. En la sociedad bloqueada ellos quedan fuera de la ley (Crozier, 1970).

Del punto de vista de los juristas citamos las palabras del doctor H. Erosa (1996) quien dirá: "No hay análisis posible de las relaciones sociales sin tener en cuenta la cuestión del poder. Perogrullo dos puntos, el poder se debe ejercer democráticamente".

Se impone reconocer que el asesino no es alguien lejano a nosotros por su constitución psíquica o su pertenencia social. Cualquiera de nosotros puede llegar a compartir, a veces de manera muy cercana, lo que a otro ha llevado al acto de matar. Esto nos lleva a tener que reconocer la fragilidad del ser humano, entendiendo que no existe una frontera claramente delimitada entre los delincuentes Y los que no lo son, cualquier grupo humano; entre ellos por qué no los adolescentes, pueden en un momento dado sufrir presiones que los coloquen al borde del derramamiento de sangre y el asesinato. Teniendo entonces que convivir con nuestra propia fragilidad, nuestras construcciones simbólicas y éticas, junto con la cercanía e inmediatez de los problemas que nos pueden llegar a horrorizar.

Para salir del fatalismo en el que la violencia nos sumerge, un fatalismo siniestro que nos paraliza y no nos permite encontrar respuestas, parece indispensable la reafirmación de la identidad y la pertenencia sin caer en la descalificación de las diferencias como nos referíamos al inicio. El reconocimiento de las diferencias devuelve la singularidad como eje fundamental en las relaciones humanas, haciéndonos presente a su vez la posibilidad de reconocimiento del cuerpo propio y el ajeno. El asesinato es, por excelencia, una pretensión de agarrar el cuerpo del otro como objeto. El gesto tierno -que parte de lo corporal pero que va mucho más allá de lo táctil para comprometer la vida social e institucional- es, a diferencia del aprisionamiento violento, una forma de acceder, desde los inicios de la vida, a construir tanto el cuerpo íntimo como la vida en sociedad. La fragilidad humana deja a la vista ]a sensualidad y el horror, dos situaciones en las que nos movemos constantemente dejándonos entonces inmersos en una mística de la violencia, cuyo paradigma sería "mato, luego existo".

Referencias

Aulagnier, Piera (1975) La violencia de la interpretación. Amorrortu, Ed.

Bergeret, Jean (1995) Freud, la violence et la dépression, P.U.F. Ed.

Crozier, (1970) La société bloquée, Editions du Seuil

Ellis, Bret Easton (1992) Menos que cero, Ed. Anagrama, España

Erosa, Héctor (1996) Desde la convención hacia lo pedagógico, inédito

Freud, Sigmund (1932) Why War? AE T.

Jiménez de Azúa, Luis (1942) Psicoanálisis criminal Ed. Losada Bs. As.

Maggi, Irene y col. (1987) Notas sobre el suicidio en la adolescencia, El mito de Narciso, Adolescencia I

(1992) Del vacío a la emergencia del Yo Adolescencia II Ed. Rocaviva

(1992) Identificación y afecto, Vivencias de vacío y plenitud. Adolescencia II.

Pelento, M. Braun, J. (1985) La desaparición: su repercusión en el individuo y en la sociedad. Revista Argentina de Psicoanálisis. A.P.A. 1985 T. XLII

Viñar, Marcelo (1985) Pedro o la demolición, una mirada psicoanalítica. Revista de psicoanálisis. 1985 T XLII

(1992) Identidad uruguaya. Mito crisis o afirmación Ed. Trilce, 1992, Montevideo

Winnicott, D. (1969) Libertad, Revista de Psicoanálisis, A.P.A.

8.2 Sobre la actitud fatalista y la violencia en Colombia

SOBRE LA ACTITUD FATALISTA Y LA VIOLENCIA EN COLOMBIA

Extracto de: GUERRA & PAZ: UNA PERSPECTIVA EXISTENCIAL DE LA PARADOJA DE LA CONVIVENCIA HUMANA. Por Jaime Enrique Sánchez*

¿Qué es bueno? Todo lo que acrecienta en el hombre el sentimiento de poder, la voluntad de poder, el poder mismo.

Friedrich Nietzsche


Aunque no son muchos los estudios que se han realizado al respecto, se suele atribuir al latinoamericano una imagen estereotipada de fatalista; sin embargo, es importante distinguir entre esto último, y el fatalismo como forma de relacionarse con el mundo y la vida.

EL fatalismo entendido desde esta última acepción, nos señala una forma de ver la vida que se traduce en conformismo, y resignación ante cualquier circunstancia incluso las más negativas (Baró, 1985). Es ampliamente conocida la actitud fatalista, en gran manera coincidente con lo dicho hasta ahora, que expone Viktor Frankl en su obra, como una manifestación de la Frustración Existencial en la experiencia de un individuo y una forma que usa el neurótico para eludir su responsabilidad y su libertad (Frankl, 1994).

Frankl, lo describe de la siguiente forma: (...) el neurótico presenta una tendencia específica para eludir su responsabilidad y su libertad, refugiándose en pretendidas circunstancias fatales. Obra así, podría decirse , con un sentido de fatalismo neurótico. Y este fatalismo se manifiesta ante todo bajo la forma de un conformismo demostrado por el neurótico en todas sus tendencias internas, su estado anímico, su “ser así”.

En este sentido es como si en los pueblos de nuestra Latinoamérica se hubiesen generalizado la herencia del fatalismo antiguo. En palabras de Maritza Montero, los latinoamericanos son los “paganos modernos”.

Ya Gabriel García Marquez había recreado el mundo del latinoamericano y propiamente del colombiano en sus obras, donde los hechos más extravagantes terminan por parecer normales y los sucesos más pintorescos adquieren un carácter de continuidad atemporal, según nos señala Baró.

Las propias palabras del Novel colombiano nos confirman este fenómeno: “ (...) conozco gente del pueblo raso que ha leído Cien Años de Soledad con mucho gusto y con mucho cuidado, pero sin sorpresa alguna, pues al fin y al cabo no les cuento nada que no se parezca a la vida que ellos viven”

Pueblos solos y solitarios, como el Macondo de la Hojarasca y Cien Años de Soledad, donde más que un lugar se revela un estado de ánimo, una actitud, una manera particular de ser – en – el – mundo, donde, al parecer, no se puede hacer nada por cambiar un destino fatal.

Esta resignación y conformismo, según señalaremos más adelante, gestan y son gestadas a partir del generalizado sentimiento de impotencia ante el destino trágico de una generalizada parálisis de la voluntad en la realidad cotidiana.

Día a día se multiplican en nuestro país exclamaciones como las que Rafael Santos expresó en la prensa colombiana: “ (...) los niveles de tensión e impotencia van aumentando a medida que transcurre el día. ¿Oyó lo del avión de Avianca? ¡Qué vaina lo de la masacre de Urabá! ¡Qué locura ese secuestro de 29 personas en una “pesca milagrosa“ ¡Mataron a Álvaro Gómez! ¡Increíble la emboscada a los soldados de Mutata!”

Resignación, desensibilización e impotencia. ¿No son estas las respuestas ideacionales, afectivas y comportamentales que a todos nos son comunes frente a estos sucesos? Mientras en Colombia somos resignados frente a los hechos que nos agobian, en otros países se levantarían marchas, protestas y declaraciones en semejante situación.

Esta realidad existencial fatalista del latinoamericano, además de describir la “forma peculiar en la que éste se relaciona con su mundo, tiende a bloquear todo esfuerzo por el progreso y el cambio de las personas y las sociedades.

Esto debido a que paradójicamente provoca aquello mismo que postula, a saber: “la imposibilidad de alterar el rumbo de la propia existencia o de controlar la circunstancias que determinan la vida real de cada cual”(Baró, 1985).

Vale la pena, que en este momento nos preguntemos: ¿Qué es lo que hace que las personas, y sobre todo los grupos, asuman el fatalismo como modo de relacionarse con el mundo?

[sobre las raices del fatalismo en Colombia]

El presente planteamiento sostiene que desde los tiempos de la colonia nuestro país se encuentra marginado y se asume como tal. Es así como nosotros hemos heredado la marginación, la impotencia y la resignación que caracterizó a nuestros ancestros indígenas con el advenimiento de la cultura hispana. Los análisis de Frantz Fanon, muestran como, “la violencia impuesta por el colono es introyectada por el colonizado, sometiéndose este último a un estado de inhibición, que compensa con explosiones periódicas de violencia frente a sus iguales” (Fanon, 1972. p. 45).

Por otro lado, es importante señalar que se ha generalizado entre nosotros, así como también en el resto de Occidente, un creciente sentimiento de falta de significación de la propia existencia ante la vastedad y el predominio de las tendencias colectivistas y conformistas distintivas de nuestra época industrial moderna.

Es así como, presenciamos una época de falta de identidad personal, predominantemente en Occidente, y de impotencia social como fruto de ésta situación. Las palabras del conocido Psicoterapeuta Norteamericano Rollo May resultan extraordinariamente ilustrativas al respecto: “Aun cuando supiese quién soy, de todas maneras no importaría como individuo”.

En medio de este mundo anónimo donde los hombre no se reconocen a sí mismos, el fatalismo latinoamericano se ha constituido en una de las formas de asumir la vida, propias de la población marginada, que le impide integrarse al mundo moderno y que le mantiene en la miseria y la impotencia social. (Silva, 1972).

Asimismo, la carencia de significación personal y la correspondiente impotencia social (entendida, según May, como el hecho de que no podemos influir sobre nuestro destino), gesta la concepción fatalista de la vida, y como veremos más adelante, también la violencia misma.

Todo ser viviente responde al imperativo categórico de la supervivencia a través del ejercicio del poder. El hombre especialmente, al ser lanzado a la existencia, encuentra que en cada momento de su vida debe emplear su poder para, preservarse a sí mismo; enfrentando las fuerzas que se le oponen. La palabra poder deriva del latín posse, que significa “ser capaz”, siendo la misma raíz de la palabra posibilidad y todas sus connotaciones de significación para el ser humano. Cuando el niño nace, expresa en sus gritos y pataletas su poder, su “ser capaz”, su “posibilidad”, cuando pide y hace que lo alimenten. Como menciona May: “Los aspectos cooperativos y de amor de la existencia se dan junto con los aspectos competitivos y de poder”. (May, 1980).

En este punto, es de suma importancia que entendemos que, cuando el gran filósofo Friedrich Nietzsche, plantea la proclamación de la “voluntad de poder”, no se refiere al poder en el sentido opresivo y restrictivo de la época moderna, sino más bien a la autorrealización y el cumplimiento de las propias potencialidades (May, 1980). May hace suya esta proclama de Nietzsche y entiende el poder no en su acepción satanizada y censurable, sino como “ (...) la forma efectiva de influir sobre los demás, logrando así en las relaciones interpersonales la sensación de la propia significación.”

Nuestra vida se debate en el permanente conflicto entre el poder por una parte y la impotencia por la otra. Empero, en este conflicto nuestros esfuerzos se hacen mucho más difíciles por el hecho de que bloqueamos y excluimos ambos aspectos, el primero debido a la connotación maléfica en la que se ha entendido el poder, y el segundo porque nuestra impotencia es demasiado dolorosa para ser enfrentada (May, 1980).

La verdadera razón por la cual la gente se niega a encarar en su totalidad el problema del poder es que, si lo hiciera, paradójicamente tendría que enfrentarse a su propia impotencia. Prueba de esto, son todos los esfuerzos de muchos científicos sociales, incluyendo psicólogos, por despojar de toda tendencia agresiva a las futuras generaciones, y hacer de ellos, seres dóciles y plácidos.

¿No será que el intento de liberarnos de nuestras tendencias hacia la agresión, haría que descartáramos los valores mismos que son esenciales para nuestra condición humana, como la necesidad de afirmar nuestro propio ser? ¿No estaríamos incrementando nuestra sensación de impotencia y en consecuencia preparando el terreno para una erupción de una violencia sin precedentes?

En efecto, la violencia hecha sus raíces en la impotencia y la apatía, y no en el poder mismo, como se ha sostenido. Es cierto que la agresión ligada al poder ha adquirido proporciones de violencia en innumerables ocasiones. Pero lo que no se ha dicho es que la impotencia, la carencia de significación que conduce a la apatía, unida al desarraigo de la agresión, conduce paradójicamente a aquello que se intenta evitar, la violencia.

Rollo May, reitera categóricamente: “Al despojar de poder a la gente, lo que promovemos es la violencia y no el control de la misma.”

En nuestra sociedad, los hechos violentos los llevan a cabo en su mayoría aquellos que procuran restablecer su autoestima, intentando defender la imagen de sí mismos y recuperar la significación de la cual carecen. En palabras de Hanna Arendt, “la violencia es la expresión de la impotencia”.

La paradoja central consiste en que, esta carencia de significación, gestante de los actos violentos, hace que éstos últimos la consoliden aún más. Luis Carlos Restrepo coincide, diciendo: “(...) la violencia (fruto de la impotencia) actúa como dispositivo generador de sufrimiento y desesperanza.”

Este círculo vicioso nutre no sólo la situación caótica de confrontación permanente en nuestro país, sino que también se cumple en la gestación y permanencia del fatalismo como modo desequilibrado de ser – en – el – mundo. Pues la impotencia, se traduce en resignación ante el destino (fatalismo), y esto último consolida paradójicamente a la impotencia misma.

La violencia y el fatalismo que la perpetúa, son síntomas. La enfermedad es la impotencia, la insignificación, la resignación, el conformismo; en una palabra, la convicción de que soy menos humano y de que no tengo hogar en el mundo. Todo el mundo, todo ser viviente busca preservarse, lucha de una manera u otra por construir una imagen positiva de sí mismo y proteger su autoestima. Así que esta tendencia propia de los seres vivientes, y en especial del ser humano, es una necesidad positiva, en cuanto potencialmente constructiva.

Sin embargo, como hemos mencionado, cuando la sensación de significación se pierde, el individuo desplaza la atención hacia formas de poder diferentes, y con frecuencia pervertidas o neuróticas, con el fin de obtener un sustituto para la significación. El fatalismo proporciona cierto sentido a la vida de las clases marginadas, por deplorable que esto pueda ser, la herencia histórico – colonial que nos hizo dependientes y resignados, hoy se asume como una realidad natural que justifica el sometimiento al destino.

Paulo Freire (1970), ha mostrado el papel que desempeña el fatalismo como parte de la ideología del oprimido: “Este se encuentra inmerso en una realidad de despojo e impotencia, que se presenta como una situación límite insuperable. En esas condiciones, al no lograr captar las raíces de su estado, su conciencia se acoge a la forma fatalista de relacionarse con el mundo, transformando la historia en naturaleza.” Inclusive , según Baró, el oprimido interpreta su impotencia como la prueba de que él mismo carece de valor personal.

Como se mencionó anteriormente, el fatalismo provoca aquello mismo que postula: “(...) la imposibilidad de alterar el destino, el rumbo de la propia existencia; esto propiciado por la realidad de resignación e impotencia característica de nuestro pueblo. En otras palabras, la falta de progreso y la situación de conmoción interna por la ola de violencia en nuestro país, se halla condicionada por la carencia de significación personal, y la impotencia social generalizada de los colombianos.

Ahora bien, para atacar la enfermedad en su núcleo es preciso que hagamos frente a la impotencia que fundamenta este modo existencia. Rollo May, nos propone idealmente, que debemos encontrar maneras de compartir y distribuir el poder, de tal modo que cada persona, cualquiera que sea su lugar en nuestra sociedad, pueda experimentar la sensación de que ella también significa algo para los demás. May, no se refiere a oportunidades externas para que los hombres actúen como individuos, sino más bien a la convicción íntima y espiritual del individuo por sí mismo y por sus prójimos.

En la medida en que cada uno de nosotros recuperemos nuestra significación individual y consecuentemente nuestra potencia como pueblo, los colombianos veremos un nuevo horizonte en medio de la conmoción y resignación que nos agobia. Ojalá nuestra suerte sea vencer nuestra propia impotencia y no terminar confinados en la resignación “porque las estirpes condenadas a Cien Años de Soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra.”

Texto para fines exclusivos de Estudio. Círculos de Estudio Existencial CEE. Biblioteca Anthropos de Psicología Existencial & Psicoanálisis. Asociación Colombiana de Análisis Existencial ACDAE.)